Al sonar el despertador, casi como en sueños lo apaga,
reprimiendo los sucios y viscerales rencores contra ese amigo electrónico, que
cumpliendo fielmente sus propias órdenes de recordarle diariamente el comienzo
de sus obligaciones, es a la vez el impío verdugo de su paz matutina.
Lentamente se incorpora y sentado en la cama, va tomando conciencia de la
inevitable necesidad de levantarse y enfrentar el tedioso día, tal como lo
había venido haciendo durante los últimos catorce años. Con el desgano habitual
se pone las pantuflas, se incorpora con dificultad y se encamina al baño.
-¡Buenos días!- se dice a sí mismo frente al espejo empañado
por las apretadas volutas de vapor que suben desde el lavabo turbando su
visión. Al limpiar el vidrio con la toalla, queda atónito frente a un espejo
vacío, sin su imagen ni ningún otro reflejo de los que deberían encontrarse
allí a esa hora matutina.
-¿Qué es esto?- piensa en voz alta, mientras pasa otra vez
la toalla. Ahora sí, como si el espejo hubiese despertado, comienza a emitir
ciertas imágenes que aún irreconocibles, se van dibujando desde su interior.
Es normal que un espejo distorsione algo las formas, de hecho todo lo que se le
enfrenta es cuidadosamente procesado y devuelto en forma horizontalmente
inversa, pero era la primera vez que Polidoro veía su rostro reflejado en
positivo, es decir, con el lunar de su mejilla derecha a la izquierda de la
imagen reflejada.
Al observar más atentamente, ve su gesto dormido y su boca
moviéndose como pronunciando el... -¡Buenos días!- que había balbuceado hace
instantes. Azorado por la visión, queda atónito viendo sus propios movimientos
de entrada al baño y de nuevo la oscuridad del espejo apagado, al apagarse la
luz en la imagen reflejada.
Luz encendida, espejo apagado.
Largos minutos queda Polidoro sentado sobre la tapa del
inodoro meditando sobre el extraño comportamiento del espejo, que inmutable,
permanece oscuro, a pesar de las continuas fregadas que le da con la toalla.
De pronto el espejo se vuelve a iluminar, con su propia
imagen entrando de espaldas y siempre en reversa, lo muestra
cepillándose los dientes, comenzando con un movimiento labial inverso al -¡Ta mañana!- de la noche anterior y finalizando con el baño
vacío luego de salir, caminando hacia atrás y cerrando la puerta.
Luego de largo tiempo de elucubraciones de todo tipo,
Polidoro llega a la irrefutable conclusión de que su espejo ha cambiado la
propiedad de invertir las imágenes, por la de invertir el paso del tiempo. Recién
ahora escucha el golpear de los integrantes de su familia, desesperados,
pensando que algo le ha ocurrido.
-No es nada Dorotea- dice con voz que simula calma, -...sólo
se me rompió el espejo.-
Soeces maldiciones de su mujer se escuchan desde afuera,
mientras Polidoro desmonta el espejo del marco, viendo como si fuese por
televisión, el desfile de imágenes en reversa que muestran a su familia
cepillándose los dientes la noche anterior.
Envuelto el espejo en su bata y escabulléndose de los demás,
Polidoro se encierra en el galponcito del fondo, al cual ya llega su familia
con gran aflicción a preguntarle por su extraña actitud.
-No es nada... No es nada- responde desde adentro, -sólo se
rompió el espejo...-
Otra vez insultos desde afuera y su mujer diciendo:
-¡Ya basta Polidoro… Vos cada día más loco... !Loco!... Mirá
que por un espejo...-
Desenvuelve Polidoro el espejo y lo pone frente a sí.
Sobre el cristal, su mujer entrando (¿o saliendo?) de la
ducha, haciendo gestos. Saca la lengua en toda su extensión, ensaya un gesto de
audaz coquetería, se pone de perfil destacando el busto y rozando sensualmente
sus pechos, mientras inclina hacia atrás su cabeza.
Mira Dorotea de reojo a su marido desde el cristal. Se
acerca violentamente al espejo. Asustando a Polidoro que da un respingo y
retrocede un paso. Ve como Dorotea abre su boca e introduciendo el índice
derecho, hurguetea con sus largas uñas entre las muelas, hasta quedar frente al
espejo con la boca abierta mirando su interior, como buscando algo. Sale del
baño en reversa.
Polidoro vuelve a respirar, no quiere salir del galponcito,
afuera su mujer pidiendo por favor que desista de su ostracismo.
-Pero mujer... ya voy... es sólo el espejo...-
Otra vez oye alejarse a su esposa y la frase que se pierde
por entre el jardín
-¡Que espejo ni qué carajo!-
Polidoro se siente culpable..., no sabe qué hacer. Mira el
espejo y ve a su hijo menor; calzoncillos en los tobillos, sentado con las
piernas colgando del inodoro. Gesto de sonrisa forzada en su rostro y manos en
la tabla. Pasa un tiempo. Se levanta el infante y al subirse el pantalón, dos
canicas se despegan del piso recorriendo un extraño arco en el espacio,
desafiando la gravedad, hasta introducirse en el bolsillo. En reversa abandona
el íntimo recinto, con un apuro de esos que pueden leerse en el rostro. Sonríe
Polidoro. Se serena pensando en su hijo menor y en las instancias tan dramáticas
que le valieron a Jacinto el reto del día anterior, cuando Dorotea se quería
duchar.
Mezcla de curiosidad prohibida y cobarde intromisión, ve
pasar las imágenes, los secretos gestos..., la desnudez de uno y otro..., la
intimidad violada, como un espectáculo montado para él por artistas conocidos a
quienes recién descubre.
Ya de tarde Polidoro se impacienta, siente culpa por la
violación; por él cometida pero instigada por el pérfido espejo. Dorotea
insiste en que abandone el galponcito, furibunda por lo irracional de su
actitud, lo emplaza, le advierte, lo amenaza.
Polidoro pide tregua, -Un momento... ¡ya va, mujer!- no
tiene forma de explicar. Lleva consigo la intimidad de los demás y se
avergüenza. Ya es tarde, ya vio lo más íntimo de su familia y a ese ilustre
desconocido ridículo, que es él mismo. ¡Que vergüenza!… ¡No puede dejar
que vean su imagen, sus actitudes... esos gestos, tan..., también...!, quién
iba a saber que el espejo...
-Un espejo es un espejo- piensa. Y hay un derecho que uno
tiene sobre todo lo que guarda ¿o no?-
Siente ira contra el objeto que no supo guardar dignamente
como todos los demás espejos del mundo, la privacidad de quienes confiaron
ciegamente en él. El espejo lo domina con su incesante desfile de imágenes,
gestos y contorsiones, tanto de otros como propias, hasta la de algunos amigos
que ayer vinieron a verlos de paso.
-¡Ah, no!- piensa, mientras empuña el martillo, -No has de
vivir lo suficiente para mostrarle al mundo entero nuestros pudores.-
Impulsa la herramienta, convertida en lo que parece ser su
única arma aliada, que al chocar, hace añicos al indefenso espejo. Pero al
observar el rompecabezas en el suelo, ve en cada fragmento la imagen completa
en miniatura. Desespera y vuelve a golpear, y con cada golpe sus vergüenzas se
hacen más pequeñas pero más numerosas. Queda tendido en el suelo, rendido de
tanto golpear, rodeado de infinita cantidad de pequeños trozos del tozudo
espejo, tan pequeños como granos de arena, pero cada uno mostrando las mismas
imágenes que transcurren en reversa.
Escucha como alguien rompe la puerta.
Voces desconocidas que le hablan con calma. Solo pide que no
miren los granitos, ruega, implora, -¡Que no estudien el espejo !-
Dorotea a un lado, con gesto angustiado. Los hombres de
guardapolvo lo levantan del piso y lo quieren ayudar a incorporarse. Polidoro
se resiste a abandonar su actitud destructora, defendiendo con el resto de sus
fuerzas su inútil armamento del asalto que sus indiscretos enemigos quieren arrebatarle; seguramente confabulados con el espejo traidor.
Siente el pinchazo de una aguja; la invasión del torrente
que ahora lo viola a él y las fuerzas que lo abandonan. A su alrededor los
gestos consternados de rostros conocidos y la serena expresión del hombre de
guardapolvo fingiendo una sonrisa, que se va desdibujando hasta desaparecer.
Duerme Polidoro.
Duerme profundamente y al despertar, en su cama, con los
ojos desmesuradamente abiertos mira la puerta del baño. Teme levantarse. No
quiere enfrentarlo. Mientras tanto, aún inadvertido, el espejo de la cómoda lo
muestra tratando de arreglarse el nudo de la corbata la mañana anterior.
De la serie "Espejismos" (2016)
G. Porten