30 septiembre, 2023

La avaricia (Ley del hampa)

Exijo lo mío; lo que me corresponde. ¡O sea todo!
Desde hoy me haré cargo personalmente de cada minúsculo detalle, de cada ínfimo movimiento. Vivirás de lo que yo te conceda. Y agradece que así sea, piensa en lo generoso de mi actitud. Si no fuese por mí, …¿qué sería de ti? 
Debes reconocer que fui yo quien te introdujo en el negocio, y todo lo que tienes me lo debes a mí. ¡Me lo de bes!
O sea, sigue siendo mío.
Absolutamente y totalmente mío.
También estos inútiles que tienes de laderos van a tener que poner las barbas en remojo, no habrá más excusas por supuestas "pérdidas inevitables", si no saben cuidar de mi mercancía, que mueran en el intento.
¡Para eso se les paga, carajo!
Y ahora quiero ver las muestras del último embarque, pesadas con precisión; nada de  merma, no como suelen…

El aire bajo la mesa se expandió violentamente haciendo flamear el mantel y el ensordecedor estruendo dejó a todos petrificados. Sólo uno del grupo, el que acababa de pronunciar sus últimas palabras, pegó un leve respingo abriendo desmesuradamente los ojos por última vez. Lentamente su pesada corpulencia fue bajando y su silla deslizándose hacia atrás, lo dejó tendido en el suelo en medio de un charco de sangre.

Bien señores, -dijo el individuo sentado frente al lugar vacío- creo haber dejado bien en claro de quién es quién en mi negocio. Las condiciones son las mismas, ¡pero ahora me rendirá aún más!
¿Alguna pregunta?


De la serie "Pecados capitales"
G. Porten

26 septiembre, 2023

La gula


Sus ojos permanecían clavados en la figura distante. 
No tenía hambre, simplemente sintió ganas de disfrutar del sabor y la frescura de alguna de las frutas que le habían traído. 
Tomó, casi con desdén, un racimo de uvas de la fuente con agua fresca y lo estudió minuciosamente.
Las gotas de agua caían destellantes, reflejando la luz del sol del atardecer, y las uvas mojadas, aún goteantes, evidenciaban aquí y allá, de a chispazos, la secreta esencia de los rayos luminosos. 
No lograba decidirse por ninguna en particular, todas lo invitaban con su incitante exuberancia al placer supremo, al disfrute. 
Recostando el racimo en la palma de su mano, lo giró y lo volteó varias veces, estudiando detenidamente la fruta y el discurrir de las gotas de agua. Por fin decidió ser generoso y no dar preferencia a ninguna en particular. Acercándose el racimo a la boca, abierta al máximo, hincó lentamente sus dientes en él, haciendo estallar varias uvas al azar, muy lentamente, una tras otra.
Sintió el suave rocío de las ínfimas y dulces gotas chocando blandamente contra su paladar, recorriendo su boca de a pequeños torrentes, envolviendo su lengua y escurriéndose por debajo; despertando el placer al punto de desconcentrarlo por un instante en su observación.
Al intenso goce frutal le siguió un gran trago apurado y levantándose violentamente de su asiento de piedra, con expresión demoníaca, insultó groseramente al gladiador que acababa de morir en la arena, arrojándole con desprecio el racimo mordido.
¡Todo había terminado mal! 
Se sentía defraudado. Había ponderado en público a ese gladiador mediocre y estaba furioso consigo mismo.

¡Malditas uvas!


De la serie "Pecados capitales"
G. Porten

18 septiembre, 2023

La ira

Blandiendo el machete ensangrentado, con el ritmo cardíaco fuera de control, enrojecido su rostro, salpicado con sangre y chorreando sudor, contempla la mano que tiene en la mano.
Incapaz de contener la furia interior, vuelve a impulsar la herramienta apuntando sin compasión; si la mano derecha, entonces el pié izquierdo, piensa furioso ... y por último el golpe entre las piernas, el más tremendo y tajante, el más humillante, ¡para mal mayor! Nada mortal. Que sufra por años, que la vejez no lo mutile peor.
Que estalle en horrores y le falle el suicidio; que quede postrado, ciego y sin voz.
Indefenso el maldito, lo mira aterrado, esperando la muerte que lo esquiva esta vez. Sus triviales pecados tan iterados, han mudado de cuerpo, se han desbordado; habitan ahora en el iracundo feroz.

De la serie "Pecados capitales"
G. Porten

14 septiembre, 2023

La soberbia (de soberano a Soberano)

Arrogante, grita ardiendo en llamas, insultando a Dios vuelto de espaldas:
¡¿Yo?! ... ¿Por un poco de sano egoísmo?

¿Por pequeños lujos que me correspondían?

¿Por algún festín o pernada concedida?

¿Qué dices? ... ¿Por lo impío de mi ceguera? 

¿Acaso te han engañado los ojos suplicantes de aquellos burdos labradores tras los muros del castillo?

¡Envidian mi poder, mi linaje e hidalguía!

¿Quién otro lo hubiese merecido?

¿Qué sería de esos pobres ignorantes sin mí?

¿Pero qué sucede? ¿Soy acaso el único condenado?

¿A cuántos más has destruido por semejantes nimiedades?


¿Es que no hay justicia en este cielo?

De la serie "Pecados capitales"
G. Porten

La pereza

¡¿Hoy?! ¿Ahora mismo tiene que ser?


Nos vemos el sábado y lo charlamos con tiempo, tirados en el sofá, tomando algo -recuerda lagrimeando su propuesta de ayer- mientras retumba en sus oídos el golpeteo los primeros terrones, cayendo sobre la tapa del ataúd.


De la serie "Pecados capitales"
G. Porten

09 septiembre, 2023

Comunión profana

Cual si fuese un moderno confesionario, el cajero electrónico del Banco Plaza se encuentra apretujado entre el edificio del banco mismo y el kiosco "Pancho el Rápido" instalado hace un mes. A él concurren ansiosos más peregrinos que los que recibe el cura de la iglesia de enfrente, quien aún sin cobrar la consulta, no logra contar con la cantidad de fieles que desearía. Tal vez por la infame prisa que enceguece al mundo, o por el afán cada vez más enquistado en los hombres de sobresalir del resto de sus iguales por la chatarra material, símbolo del poder, la gloria y la supremacía de su fugaz propietario, a veces ostentada sin el menor recato frente a los rostros afligidos de quienes, impotentes, miran sin comprender el por qué de su explícita inexistencia.

Al llegar su turno, el hombre desenvaina su tarjeta plástica de admisión al reino terrenal. Luego de pasarla por la ranura, con la banda magnética correctamente orientada, como indica el severísimo mandamiento enunciado en letras rojas sobre el letrero autoadhesivo de la puerta, el dios Banco permite a su adorador, el acceso al pequeño recinto. Ya se siente mejor el infeliz, al saber que a pesar de sus pequeñas faltas, el dios lo admite, aunque sea para confesar o recriminarle su licenciada existencia.

Nuevamente, con sumo cuidado y cierta angustia, introduce su tarjeta en la ranura de acuerdo a los correspondientes mandamientos autoadhesivos, esta vez de color negro, adosados a un costado del pequeño gabinete. La pantalla se ilumina, dejando ver el siguiente precepto: ...control de posesión lícita y no caduca del plástico temporalmente retenido.

Desposeído momentáneamente de su credencial de existencia, el hombre sufre durante algunos instantes el temor al rechazo liso y llano de su presencia, con el agravante de que en tal caso el dios Banco no le restituya el plástico existencial. Al aparecer en pantalla las opciones de operación, vuelve a sentirse poderoso. Sabe que luego de sus actividades recuperará el símbolo de su dignidad.

Primero teclea el pulsador de confesiones, el cual inmediatamente muestra en letras de cristal los pecados cometidos contra el dios en el último período y fija de antemano los tributos que le deberá rendir, a fin de no quedar provisoriamente excomulgado, cosa que al hombre aflige en modo sumo.

Transpira el mortal, dentro del cubículo de cristal. En su mente, turbulentos pensamientos lo abruman y los mágicos números de la cábala matemático-contable que danzan frente a sus ojos lo marean. En su diálogo con el supremo, se mezclan deudas contraídas, haberes impagos, pagos, compras, intereses, punitorios, costos, cuotas y otras yerbas. De tanto en tanto un vago recuerdo de los placeres que debería tener en su haber por tanto pecado monetario de pantalla perturba su accionar y hasta lo incomoda.

De repente el poderoso dios lo ilumina. Resplandeciente y soberbio aparece el fallo del supremo, quien le aclara el pensamiento, le indica su destino, le hace sentir su presencia. Llegan las amonestaciones y fuertes advertencias y por fin, al cabo de unos instantes de gran tensión, recibe la comunión profana tan ansiada: un pequeño fajo de billetes, su preciada credencial y el certificado de comunión, que lentamente van saliendo por diversas ranuras.
    
Al darse vuelta en su estrecho habitáculo, siente un agudo dolor que lo sorprende como una estocada en pleno pecho. Cae golpeando contra el cristal de la puerta cerrada, viendo como desde afuera el próximo creyente de la cola lo mira con espanto. El mundo sube a su alrededor, mientras él, impotente, va bajando con el fajo a medio meter en el bolsillo, aferrando con una mano el picaporte y con la otra el emblemático plástico redentor.



Ya en el piso y con la puerta trabada por su propia corpulencia, divisa por entre las piernas de dos personas que pujan por abrir, las copas más altas de los árboles de la plaza y la cruz de la iglesia de enfrente, que serena lo sigue llamando, …en vano.




De la serie "Religiones profanas y mundanas"

G. Porten