29 julio, 2023

Miedo al futuro


- ......
-Y apenas aparecieron, les disparé. ¡Los emboqué de una!
-¿A los dos?-
-No, uno quedó destrozado, pero vivo.-
-¿Y lo remataste?-
-No. Ya estaba recuperándose...-
-¿Entonces?
-Retrocedí. De paso despaché a machetazos al de la entrada.-
-Y entraste por el costado… ¿Viste la puerta?-
-¿Puerta? ¡No! Esa es una trampa, por si acaso le puse dos granadas.-
-¿Y cómo entraste?-
-Rompí una ventana, del lado de atrás.-
-¿Y?-
-Encontré al herido de espaldas, levantándose. Le lancé un hacha que le quebró la columna. Cuando cayó, le salté encima y ahí nomás, le reventé la cabeza a mazazos-

-¡¡¡Faaaa!!!   ...ese jueguito es una maza.  ¡Mañana juego con vos! ¿Dale?-

De la serie "Atrocidades varias"
G. Porten

14 julio, 2023

Cronología de un amanecer


Aunque la noche es cálida, de vez en cuando se cuela una brisa fresca por entre las casuarinas, cuyo suave zumbido parece responder, acompasadamente, al batiente parloteo de las hojas del álamo plateado, que marca, solitario, el comienzo del monte agreste.
El firmamento, pleno de estrellas destellantes y luminosos planetas, parece más cercano que nunca en esta noche de luna nueva de principios de verano, volcando su tenue luz sobre la tierra y demarcando muy suavemente el paisaje.
Sentado sobre uno de los escalones superiores del muelle José espera el arribo de Martina, apenas iluminado por el farol a kerosén cuya luz pretende hacer las veces de faro, apoyado sobre el banco.
Desde la casa llegan, de tanto en tanto, los sordos quejidos de María, recostada sobre el viejo camastro de mimbre, a la luz de una vela solitaria. La acompaña el crujir del fuego en su cocina a leña, y el borboteo del agua hirviendo en la gran olla colocada sobre la plancha de acero.

De tanto en tanto el hombre desanda el corto sendero que los separa, se queda por unos instantes tratando de tranquilizar a su amada, y vuelve a su puesto en el muelle.
Por fin, luego de la impaciente espera, cree adivinar a lo lejos algún que otro destello muy débil. Se incorpora, toma el farol y lo agita con vehemencia, parado sobre el banco del muelle. Al cabo de unos minutos reconoce una respuesta que no puede sino provenir del bote de Martina: los primeros ecos lejanos de su voz, el golpeteo de los remos en los toletes y los característicos chasquidos en el agua.

Al acercarse, parada sobre el estanco de proa del pesado bote de madera, Martina saluda brevemente y arroja con precisión el cabo. José lo ataja y lo amarra, recibe la canasta con los utensilios, le ayuda a desembarcar y la acompaña iluminando el sendero en dirección a la casa.

Al llegar al claro, donde se encuentra el molino, los sorprende el resplandor de una enorme estrella fugaz que un instante más tarde se apaga casi en el horizonte, detrás de la casa.
-Buena señal- comenta brevemente Martina… y José asiente en silencio.

Ambos entran a la casa y el lugar se ilumina cuando él cuelga el farol del gancho que hay sobre la rústica mesa que domina el ambiente.


Martina acaricia y tranquiliza cariñosamente a la asustada y gimiente María, mientras José le toma la mano y le ayuda a recostarse sobre la mesa. En silencio queda a la espera de las indicaciones de la matrona.


Transcurren largos minutos de gemidos y palabras entrecortadas, algunas temerosas otras serenas. Oleadas de intenso dolor con lapsos de descanso y agitada respiración. Una rápida y diestra incisión quirúrgica sorprende a María que ya no tiene fuerzas para preguntar, porque una tras otra, las contracciones son cada vez más intensas y dolorosas.


-¡Duele mucho!- estalla en un grito entre dolores, -¿qué pasa?… ¡hacé algo, de una vez!… ya viene otra, y… ¿y ahora qué?-


-¡Pujá fuerte!… ¡pujá ya!- La serena pero imperativa respuesta exaspera más aún a María y la enfurece. Y la furia hermanada con el miedo, el dolor y el saber que es así como debe suceder, se traduce en pujos más y más fuertes. Siente que cada pujo es el límite de su resistencia… pero siempre resiste uno más… y otro, y otro, hasta que un grito no contenido, anuncia el principio del fin de la espera.


-Viene bien. Tranquila, seguí así, que viene bien- insiste Martina entre gemidos y palabras entrecortadas.

-Ayudá presionando acá.- le ordena bruscamente a José -¡Fuerte y sin miedo hombre, que no es hora de titubear!-

La siguiente contracción logra expulsar la cabeza del niño que Martina toma entre sus manos, ayudando con sus dedos a girar el delicado cuerpecito aún retenido. Tras algunos pujos más, el niño queda totalmente en manos de la mujer, quien se sorprende con el espontáneo llanto primero, lo que hace brotar emotivas lágrimas de felicidad a los tres.


-¡Es varón... ya te decía yo!- le informa Martina colocando al niño sobre el pecho de María por unos instantes, mientras hábilmente ata el cordón en dos lugares y realiza el corte preciso que marca el comienzo de una nueva etapa en ambas vidas, ahora separadas.


José asiste a la matrona: le alcanza paños húmedos para higienizar al niño mientras ésta lo revisa minuciosamente, limpia su pequeña boquita y sus narices, y de vez en cuando, coincidiendo con las contracciones de María, presiona su vientre para concluir el proceso.


José se encarga de la segunda palangana que recoge los fluidos, el resto del cordón y los tejidos expulsados. Martina se acerca, con una de las pinzas, acomoda los restos y observa con atención.


-Está completa- dice luego de unos instantes, y dejando al niño en manos de José completa la higiene y las curaciones a la joven madre, que más relajada comienza a sentir un profundo cansancio tras el tremendo esfuerzo. De todas maneras, con alegría y con llanto no deja de observar al niño que José sostiene para ella, se graba sus rasgos, le cuenta los dedos …de manos y pies.


El niño y su madre duermen. Ella en el camastro de siempre y el pequeño en la cunita de madera rústica, envuelto en suaves mantillas que ambos supieron prepararle. 


María sueña con su nuevo mundo de a tres. José y Martina toman unos mates en silencio, sentados en el banco, bajo el alero de la entrada. 


Una vez en el muelle, se despiden con un abrazo y él le ayuda a embarcar. Los primeros pájaros comienzan a trinar su concierto diario y en el horizonte, al ras del agua, el cielo comienza a insinuar tímidamente el nuevo día.



Amanece una nueva vida.

De la serie "Relatos isleros"
G. Porten