19 agosto, 2023

Retrato de Don Félix


Recostado en su sillón de mimbre el viejo parece descansar bajo la fresca sombra de las casuarinas, que plantadas en varias hileras, escoltan orgullosas el sereno discurrir del río en la tarde de verano.

Con su cabeza reclinada sobre los remos del pesado bote islero que intenta reparar por enésima vez, pareciera estar soñando con turbulentos remolinos, furiosos pamperos y torrenciales lluvias, amalgamados en el tiempo con mansas corrientes y soleados días de calma; mezcla de fluido y matorral, barro y juncos mecidos por el agua, al compás de los casi imperceptibles sones musicales de su entorno natural, que con el tiempo fue tornándose en parte su ser.

Sus ensortijados cabellos plateados por el tiempo aún conservan algo del color hermanado con el río, se entrelazan con el mimbre en el que están apoyados y en el rostro se pierden bajo la barba hirsuta, cubriendo en parte las arrugas, que geográficamente cuentan a quien las sepa leer, alegrías y pesares, sueños y esperanzas cronológicamente grabados.

Las espesas cejas muestran en su encuentro tres arrugas, que más arriba se multiplican y transforman en innumerables finísimos surcos nacidos del constante escudriñar lejanías, buscando descifrar los más reservados secretos del día y la noche, enfrentando viento, agua y sol. Debajo, los penetrantes ojos pardos, ahora cubiertos por la telaraña de delgados pliegues que recorren sus párpados de raleadas pestañas oscuras, parecen estar remembrando infinitas visiones de vivencias pasadas.

Su nariz, de base ancha y levemente respingada, lleva en su extremo la marca del sol de mil jornadas y es el punto de partida de los surcos que se pierden bajo la barba, en las mejillas y enmarcando los ojos. La boca grande, de labios finos, permanece entreabierta dejando entrever algunos gastados dientes amarillentos con manchas color tabaco, corroídos por el tiempo.

Con una de sus rudas manos sobre la rústica mesa de tronco islero y la otra colgando impotente a su diestra, porta su rostro el mapa del camino desandado en la maratón de etapas diarias, desde el vientre de su madre, hasta este, su último e inevitable destino final.

De la serie "Relatos isleros"
G. Porten