26 septiembre, 2023

La gula


Sus ojos permanecían clavados en la figura distante. 
No tenía hambre, simplemente sintió ganas de disfrutar del sabor y la frescura de alguna de las frutas que le habían traído. 
Tomó, casi con desdén, un racimo de uvas de la fuente con agua fresca y lo estudió minuciosamente.
Las gotas de agua caían destellantes, reflejando la luz del sol del atardecer, y las uvas mojadas, aún goteantes, evidenciaban aquí y allá, de a chispazos, la secreta esencia de los rayos luminosos. 
No lograba decidirse por ninguna en particular, todas lo invitaban con su incitante exuberancia al placer supremo, al disfrute. 
Recostando el racimo en la palma de su mano, lo giró y lo volteó varias veces, estudiando detenidamente la fruta y el discurrir de las gotas de agua. Por fin decidió ser generoso y no dar preferencia a ninguna en particular. Acercándose el racimo a la boca, abierta al máximo, hincó lentamente sus dientes en él, haciendo estallar varias uvas al azar, muy lentamente, una tras otra.
Sintió el suave rocío de las ínfimas y dulces gotas chocando blandamente contra su paladar, recorriendo su boca de a pequeños torrentes, envolviendo su lengua y escurriéndose por debajo; despertando el placer al punto de desconcentrarlo por un instante en su observación.
Al intenso goce frutal le siguió un gran trago apurado y levantándose violentamente de su asiento de piedra, con expresión demoníaca, insultó groseramente al gladiador que acababa de morir en la arena, arrojándole con desprecio el racimo mordido.
¡Todo había terminado mal! 
Se sentía defraudado. Había ponderado en público a ese gladiador mediocre y estaba furioso consigo mismo.

¡Malditas uvas!


De la serie "Pecados capitales"
G. Porten

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